Prompts jurídicos y el reemplazo de la profesión

La inteligencia artificial no es el futuro. Es el presente. Y ha llegado con tal fuerza que mucho se habla de que “reemplazará” al humano, así como a muchos de los trabajos que conocemos hoy en día. Algo de cierto tiene esa afirmación, pero, también, algo de temor infundado.

Para el caso del ejercicio del derecho, ya somos, quienes tenemos la inmensa fortuna y responsabilidad de ejercer la profesión, en cualquiera de sus múltiples facetas, testigos directos de un número importante de plataformas, sistemas y programas que, utilizando herramientas de inteligencia artificial, se han posicionado como de gran ayuda para actuaciones operativamente desgastantes que, algunos años atrás, eran de exclusividad del ser humano. Y ello no está, persé, mal.

Dudo mucho que el rol del jurista pueda verse completamente reemplazado por el de los programas arriba descritos. Eso sí, serán de utilidad máxima para efectos de simplificar (e incluso reemplazar) tareas puntuales frente a las cuales el intelecto del ser humano no sea requerido o lo sea en su mínima expresión. Ello, sin duda, representa un reto, pero, a la vez, una oportunidad para plantear y replantear la forma en la cual se concibe el ejercicio de la profesión, especialmente en algunas de sus manifestaciones y quehaceres diarios.

Dentro del boom de la inteligencia artificial y frente al cual, reitero, se está ante el presente (y no el futuro, como a veces, a mi concebir, erradamente se indica) la redacción de lo que se conoce como prompts comenzará a jugar un papel fundamental para el abogado, tan importante como lo puede ser la capacidad de síntesis en un concepto jurídico o en la virtud de memorizar un determinado concepto.

En palabras simples, un prompt no es nada diferente a la instrucción que se le solicita a un determinado programa de búsqueda de información, basado en inteligencia artificial, para arrojar un resultado determinado, con base en la capacidad de rápido rastreo que esta tiene. Es esa frase que se inserta en el buscador del programa y en virtud de la cual se le solicita, por ejemplo, “buscar la jurisprudencia sobre determinado asunto” o “corregir la ortografía del siguiente párrafo”.

Aunque parece sencillo, redactar prompts de forma adecuada se convertirá en un diferencial cada vez más necesario para el jurista de hoy. Y es que la tecnología, aún imperfecta, está en capacidad de buscar información y arrojar un resultado (output) con base en la solicitud que se le realice (input). Entre mejor proyectada esté la consulta, mayor cercanía habrá frente a la información que sea arrojada. La inteligencia artificial puede proponer posibles nuevas preguntas o nuevos desarrollos de cara a un determinado tema previamente indagado, pero, aun, y por fortuna, no está en capacidad de imaginar.

En ese sentido, trabajar en la redacción de este tipo de preguntas, consultas o textos, junto al entender cómo funcionan los programas y la ingeniería sobre la cual se edifican para arrojar un determinado resultado, comenzará a ser cada vez una prioridad mayor para la formación de los juristas del hoy y, por supuesto, de los que están por llegar.

Hoy por hoy, no basta con aprender de leyes o de conceptos jurídicos, aun cuando ello es, y seguirá siendo, de máxima relevancia para la formación integral. Interpretar, discernir, negociar, y otras muchas funciones humanas seguirán siendo parte de la realidad del ejercicio de la profesión y, muchas de ellas, difícilmente podrán suplirse, por lo menos por ahora, a través de programas de inteligencia artificial.

Ahora bien, no es menos cierto, también, que la inteligencia artificial y sus virtudes, así como los retos que de ella emanan y los dilemas éticos que pueden llegar a plantearse, son una realidad necesaria de ser abrazada y trabajada desde temprana edad en la formación jurídica, so pena, de no hacerlo, de que el tren inicie su recorrido y la próxima estación pueda encontrarse a varios kilómetros de distancia.